NADA DE LO QUE FUE
En los pueblos que quedan sangra la melancolía y duele el tiempo. Mancan las ausencias y el olvido mucho más que entre las multitudes y las prisas de las ciudades, donde todo es anónimo y trivial, tan sin sentido como urgente. Los pueblos equivalen a esqueletos de una existencia muy antigua, donde nada cambia, pero nada permanece, donde tan solo vive lo que muere. El principio y el fin destructor del tiempo se palpan en los muros caídos, en las contraventanas que ya no se abr