Siempre ahora y nunca siempre. La rutina tiene forma de avenida extensísima, con balcones que miran a balcones que miran a lo mismo. Y puentes que desaguan en puentes de otros puentes. Y ríos que discurren con costumbre de río. La rutina es falaz y nos engaña a diario. Nos convence, tal vez, de que no hay más camino. Ni más bifurcaciones. Ni más alternativa. Nos enfunda los ojos. Nos sella los oídos. Camela nuestras blandas voluntades de humanos. Ofrece expectativas de un cambio repentino. Pero nada se muda en la rutina apenas, mínimamente el alba, una lluvia muy leve, un insólito pájaro, una rama, un aullido.
Siempre siempre y nunca ahora siempre. La rutina se enrosca como una enredadera y trepa hasta cubrir lo que surge distinto. Nos vela de la luz aquello que pudiera destellarnos acaso. Elimina en lo nuevo novedad y atractivo. Es tan contradictoria como la vida, a veces. Nos obliga a aceptar lo que nos cae en suerte. Da posibilidades impedidas de mano, reduce las salidas, constriñe en sus imperios, en su habitual perímetro. Nos lleva a imaginar lo que no imaginábamos. Nos impulsa a añorar lo que jamás vivimos.
Desde siempre, por siempre siempre. La rutina genera circunstancias autómatas. Y pasajes sin fin como eternos pasillos. Nos transporta en sus trenes de exigida ida y vuelta. La rutina contiene estructuras de enredo, rituales de adicción, casta de laberinto. Posee bosques iguales y jardines iguales y barriadas iguales y extrarradios idénticos a extrarradios amplísimos. Y te confunde un día y otro día y un mes y un año y otro año y así, como ella fluye, hasta cumplir un siglo. Te engatusa y seduce con sus visos de experta, con sus pasos seguros, con su imán de inercia, con lo de que es mejor lo malo conocido.
Siempre lo mismo siempre, aunque nada igual nunca. La rutina conduce a provincias extrañas de nuestros sentimientos y echa de menos mucho no distanciarse un mundo y sufre con gran dolor el abandonar un sitio. Y hace viajes a viajes que no asumen trayectos fuera de lo frecuente. Y no puede arrancarse su vocación de círculo. Quisiera estar muy lejos del cielo de sus noches, mas al caer la noche solo anhela su cielo, el cielo de su noche, en su noche de siempre, en sus oscuros hábitos, en su propio cobijo. Rutinas del amor, por soledad, por fuerza. Rutinas por flaqueza, por cansancio, por resignación o aquello que otros dicen destino.
(La Nueva España, 11-09-2016)