Te echan de menos todos los instantes del día, todas las horas muertas desde que has muerto tú, las paredes, los libros, los muebles de la casa. Desde la amanecida, te buscan los gorriones y los limones nuevos y el mirlo que venía a comer el alpiste a la terraza. Te requieren los muchos objetos que dejaste esperando aquel lunes que volvieras: los muñecos amigos, la rana verde, el lobo, la familia de erizos y Sita, la jirafa. Y tu hueso de hilos a medio desgarrar. Y el otoño que rima, más que nunca, con el oro rizado de tu pelo. Y la nieve que empieza a cubrir las montañas.
Te añora hasta la luz de cada madrugada, y el viento en el tendal, los truenos, la corriente y el ruido de las puertas, que tanto te asustaban. Todo quedó sin ti: el collar casi nuevo, la colchoneta, el trapo, las nueces que cogías, con tu morro, a escondidas, el cacharro del agua. Y el plato y la comida que zampabas ansioso, la col y las salchichas, las verduras y el pan y las últimas migas que relamías siempre, con tu nariz manchada. Todo sigue sin ti, pero con más vacío, con un grave silencio, detrás de cada puerta; al despertar a diario, sin tu calor y peso a los pies de la cama. Noche tras noche, faltas.
Nos preguntan por ti los geranios, los gatos, la palmera y el tejo y los cojines huérfanos y el aroma de octubre y su firme sembrado de hojarasca y manzanas. Y todo cuanto sabes que es tuyo todavía: los palos y la leña, la colchoneta, el boj, las fucsias y las bayas. Todo en su sitio sigue con la ilusión de verte, aunque sea ya cojo, caminar por el patio, con deseos de oír tu gruñir indefenso en la terraza.
Samos resiste solo, como puede, a su modo; no entiende de estas cosas -de despedidas, digo-, de estos trances tan crueles y tan definitivos, tan de la raza humana. Seguro que imagina, si imagináis los perros, que fuiste a vacunarte o que te están rapando, o que marchaste al pueblo y regresas después, si después equivale a ese nunca que siempre significa mañana. Pero busca tus ojos, para lamer las cuencas de tu limpia mirada. Y sueña que vendrás a por lo que olvidaste: las gotas de la alergia y un calcetín muy triste y el hueso del cariño y unos trozos de gasa. Me suena a ti la lluvia. Huelen a ti las mantas.
(La Nueva España, 7-11-2018)