Te echan de menos todos los instantes del día, todas las horas muertas desde que has muerto tú, las paredes, los libros, los muebles de la casa. Desde la amanecida, te buscan los gorriones y los limones nuevos y el mirlo que venía a comer el alpiste a la terraza. Te requieren los muchos objetos que dejaste esperando aquel lunes que volvieras: los muñecos amigos, la rana verde, el lobo, la familia de erizos y Sita, la jirafa. Y tu hueso de hilos a medio desgarrar. Y el otoño q
Cuando llegues, Ramón, te pondrán las canciones de Albert Hammond y El Presi, La Pastorina, Nino, Cecilio, Albano, Abraira. Y olerá a romería el cielo engalanado, a pólvora y a hierba pisada por los jóvenes. A ropa nueva y verano, a banderines y a sidra. Y habrá, sin duda, gaitas. Sonarán también todos aquellos que escuchaste, noche tras noche, un día, de Manzaneda a Luanco, de Zeluán a La Ren, de Antromero a Laviana: Rafaela y su deje italiano y alegre, Jeanette con su ‘Yo s
Han pasado ya dos años y poco que comentarte. Van lentas aquí las cosas, las de casa y las del mundo, lento el cerezo y las parras, los alisos y el manzano, lentas también las noticias y los logros del gobierno, casi peor que los dejaste. Aquí, qué voy a decirte, no importa más que crecer, ser el primero y el más, cada cual en sus mercados, sin mirar a quién humillas o a quién llevas por delante. No interesan los valores ni el respeto ni el amor. No son útiles los cánones del
A María Elvira Muñiz, in memoriam Marial, te entrego el mar que a mí me pertenezca y de tu inmensa hondura le propones un fondo. Te ofrezco el horizonte de Verdicio, sus tardes silenciosas, su ganado paciendo, sus maizales extensos como la claridad de agosto. Te doy frutas maduras, legumbres muy tempranas de un libro que escribí sobre la tierra. Yo te imagino, a veces, en las sombrías riberas de un río manriqueño; refrescando los pies en las pozas profundas de sus sílabas. Te
A mi padre, in memóriam Llegó la hora. Para un final, cada día es temprano. Pero se acabó el tiempo de contemplar la mar desde tu casa y podar el saúco y hablar al horizonte. Se terminó la edad de barruntar la lluvia y la tormenta. De adivinar la ruta de los barcos. Se acabaron las noches de luna en El Requexu. Y las limpias mañanas entre los castañedos y la húmeda quietud de Manzaneda. No habrá más ocasión de recorrer, en vida, las costas ni los montes. Ni de otear el cabo,