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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

TARDE DE DICIEMBRE


Vamos a por el pino. Hay árboles de sobra. Los cuidan y replantan. Los limpian y los podan. Aún no prohibieron con leyes y sanciones disfrutar de lo auténtico de la vida, de todo lo que ofrece sin pedir nada: caminar un camino, observar una nube, comer moras silvestres, acariciar el musgo, beber en los arroyos, arrancar una caña. Todavía se puede oler el eucalipto, compartir un acebo o encender una hoguera o coger una rana. Aún no lo condenaron. Todavía es posible pisar charcos y berros y el rocío y el barro sin que cometas falta.

Es ocho de diciembre. Y una ilusión gigante revienta en nuestro hogar. Como una época aparte, como un mes brillantísimo, de ensueño y confianza. Vamos a por el pino y hay pájaros y frío y el invierno ya asoma por detrás de esta luz melancólica y rápida. Las cinco de la tarde y amenaza la noche. Casi todas las casas han encendido el fuego. Y empiezan a cerrar contraventanas. Hay que apurar el paso o no veremos bien cuál cortar, que no tenga las ramas muy abiertas y sea esbelto y espeso. Huele a carbón y a brasa.

Mi padre sí que sabe dónde los hay lucidos, como mi madre quiere con el tronco bien recto. Lleva en la mano el hacha. Los dos vamos vestidos casi igual, pantalones mahón, botas negras de goma y ropa de aguas. Él conoce los bosques mejor que nadie, de recorrerlos mucho con el Fofi y la Selva, persiguiendo faisanes, arceas, codornices, sirigüeyas. Al menos los domingos, mañana tras mañana. Enseguida encontramos el pino que buscábamos. Sujeto por abajo, me lleno de resina y lo derriba casi con una dentellada. En la escuela comentan que los árboles lloran. Siento pena y dolor. Mas dicen los abuelos: “en lo mío mando yo, dicto el que siembra o recoge, mando en quien planta o desplanta”.

Ahora empieza la fiesta. A mi madre este día le emociona y le encanta. Ha desenvuelto ya las bolas de cristal. Ha puesto en una mesa sus adornos queridos: una madreña que parece hecha de oro, una estrella, un reloj, un lazo del que cuelga una campana. Ha limpiado, una a una, las bombillas de lágrima. Y en media hora, entre todos, lo habremos decorado. ¡Qué tiempo más hermoso!: calor, padres, hermanos, unión, recogimiento, amor, verdad, ternura, desinterés. Y calma. ¡Qué pasado más rico en esperanza!

(La Nueva España, 6-12-2017)

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