De pronto comenzamos a dotar de importancia a lo que ya gozaba de importancia infinita: la mano del que está a nuestro lado siempre, su sonrisa cercana como un paisaje inmenso, de a diario y nunca el mismo, sus ojos inflamados como un faro del norte.
La libertad sencilla, la de salir al aire, la de viajar a un sueño, la de entrar en la casa de quienes nos esperan, la alegría, unas horas, de poder recibirlos, la libertad tan libre, menos libres que el pájaro, de andar por los caminos y recorrer los bosques.
Sentimos, muy de súbito, la valía de todos los llamados humanos: del tejedor que enreda la salud de las gasas, del viajante que cruza con cargas de noticias, del limpiador que pule el brillo del dolor, del que enciende los hornos de la ilusión continua, de aquellos que recargan la luz del regocijo, de quien nos reanima cuando cuerpo y aliento no responden; de cuantos nos esculpen el colosal volumen de la monotonía, de aquel que nos ofrece la mitad del escaso alimento que él come.
De pronto despertamos, porque hemos despertado, e imaginamos ya qué tacto posaremos, como por vez primera, en la piel preferida, cómo será el perímetro de próximos abrazos, cómo el sabor a flores de los primeros besos. Cuánto disfrutaremos, de forma tan distinta, los unos de los otros, los unos y los otros, del cariño, del tiempo, de la vida, del día, de la noche…
© Aurelio González Ovies
Salud y poesía!