Peligro, no lo toques. Cuidado, no te manques. Ven aquí, no te caigas. A ver si te hacen daño. Así eran las cosas no hace mucho tiempo, así de precavida la voz de nuestros padres, y no hace tantos años. No marches, no te mojes, no mires para atrás, no estés muy adelante. No cruces sin mirar, no corras con la bici, no cojas porquerías, no saltes desde lo alto. No contestes a nadie. No cojas caramelos ni montes en un coche. No pares con extraños.
Mira que te entra el tétano, ya verás cómo te mueres. Todo era terrible y malo, todo venenoso y tétrico. La barandilla, el paraguas, la rama seca, la astilla, el alambre, el pincho, el palo. Con todo podías cegar, perder los ojos, romper, partirte en dos, o empezar mortalmente a desangrarte. O perder un pie o el cuello o una pierna, el tronco (aquello que no entendíamos), la extremidad que ¿sería lo mismo que decir brazo? No sé por qué complicaban lo que podría ser tan fácil. Bueno, era cuando había un mundo entre lo azul y lo rosa, entre lo negro y lo blanco. Cuando no existía respeto por lo ajeno y lo distinto, ni discreción ni amor por todo lo que no amara la autoridad de los amos.
Miedo, temor, amenaza, temblor, corrupción, contagio. Riesgo en lo que conocíamos, desconfianza en lo raro. Inseguridad, alarma, recelo, desasosiego, quebranto. Si comías una cereza y te tragabas el hueso, si tocabas una oruga, si atrapabas un ratón, si te miraba una bruja o te meaban los sapos. Todo letal, insalubre, aunque nada nos matara, ni el aire puro de entonces, ni la escarcha de los días, ni la tierra y sus lombrices, ni el mineral de los charcos. Todo nocivo y muy tóxico: el pan caliente, el verdín, la pintura de las puertas, la pizarra, el sacapuntas, la cal de los muros blancos.
Siempre cerca de nosotros lo peor y lo malsano. En el chubasco, en el trueno, en la pleamar o el rayo. Siempre estamos nosotros como futuros, seguro. Siempre propensos a ser los próximos candidatos. Porque siempre ‘ya verás’, siempre ‘después no te quejes’, siempre ‘no juegues con fuego’, siempre ‘ya verás qué susto’. Siempre nada y siempre, siempre. Siempre andaba cerca el diablo. Siempre al infierno, sin duda, de cabeza y para siempre. Siempre moría algún niño por lo mismo y para siempre, por tan necio y por tan malo.
(La Nueva España, 25-03-2018)