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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

CÓMPLICE DE LA NOCHE


En la marquesina ya la observaban. Lleva gorra visera, las uñas muy pintadas, lo mismo que sus labios, gruesos, de otro linaje. Va siguiendo la noche a través del cristal, y a saber lo que piensa, qué paisaje imagina, qué familia recuerda. Va como quien se sabe un bicho entre la fauna, ajena a los que suben, desatenta al que baja. En el bus de las 9 siempre va mucha gente, muchas amas de casa que regresan con bolsas, obreros que retornan con cara de cansancio, jóvenes que se marchan porque es fin de semana. Hay trajín y bullicio, niños que comen pipas, teléfonos que suenan, bultos que se deslizan, señoras que se dan codazos y susurran. Impertinentes seres, como en todos los sitios de la tierra, fecunda en alimañas.

Todo el mundo se fija un poco de reojo, hieren más que un disparo con su fiera mirada. Ella sigue en silencio las luces de los pueblos, la ruta que hace a diario después de que oscurece, ve la luz de la luna platear en las ramas. Sandalias de charol, ropa muy ajustada y una larga melena de trenzas tropicales. Mueve de vez en cuando los dedos de los pies, revuelve en el bolsillo, sin volver la cabeza, sin intención alguna de buscar nada. Hay mujeres que asienten y cuchichean en bajo y esbozan una mueca de malicia y de saña. Machos desconocidos que arquean la ceja y se cruzan un guiño, muchachos que blasfeman y apuestan sus cábalas.

Todo el mundo le lanza venenosas sospechas, desprecio a borbotones, pendientes de si aciertan o no en la parada. Ella se arregla el pelo y abotona el abrigo. Se levanta y comprueba que no ha dejado nada en el asiento. Toca el timbre y se queda frente a un local de luces y cartel llamativo (una copa de cóctel y una chica tumbada). Cómplice de la noche, camina, indiferente, en busca de su puesto, del jornal del que come y vive honestamente y mantiene a los suyos y compra y paga. Empiezan los murmullos, volumen y pronósticos crecen y ratifican. Y las sonrisas se hacen carcajadas.

Nosotros sí que somos los de estirpe perversa. ¡Qué vergüenza estos seres que habitamos un cuerpo y las formas humanas! ¿Cuántos no llevaremos menos provocadora la apariencia y la pose y mucho más corrupta la conciencia y el alma? ¿Cuántos capacitados para jurar a muerte que nos reconocemos más limpios, tan honrados? ¿Cuántos los que, tan solos y sumisos, se apearían del auto con el mismo respeto y la cabeza alta?

(La Nueva España, 22-03-2016)

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