Canto a los de mi sangre. Canto a los de mi tiempo. A todos los que hicieron posible mi pasado. A todos los que dieron esta luz tan presente. Canto a los que prendieron la mecha que mantuvo la chispa de este largo trayecto hasta el futuro. A los que madrugaban y, con la vida al hombro, pasaban por mi casa camino de la mina, con los bronquios gastados, la mirada enterrada y un candil primitivo de ácido carburo. Canto a los de Gozón y sus contornos. A los que nos tallaron pegollos perdurables. A quienes nos legaron el pan con su salud y su filantropía. A los que nos labraron la tierra impenetrable con sus dedos tenaces y tozudos.
Canto a la amanecida de aquellos pescadores que cruzaban el alba con los remos y nasas, ‘gaxartes’ y ‘bistoncias’, ropas de agua y la dicha de compartir un chusco. Y a todas sus familias, numerosas y humildes, que tejían las redes y vendían la marea y recorrían los pueblos. Canto a su voz de madre y de mar cariñosa como la que se escucha, a lo lejos y cálida, en la concavidad de los turullos. A la costa que ciñe el talle de Bañugues y a sus acantilados, por donde se subía el guijo y la madera, la rucha, el mineral, y el salitre y el ocle y en muchas ocasiones los despojos, los náufragos, los lamentos y el luto.
Canto a todas las casas, habitadas y en paz, con hijos y balcones, con coladas inmensas y ropa echada al verde y gallinas y perro. Casas que desprendían olor a hollín y a esfuerzo, a pimentón y a humo. Con pasillos y cuartos desconchados y estrechos, donde dormíamos muchos. Casas llenas de amor, donde todas las tardes se escuchaba el batir de yemas para aquellas tortillas sabrosísimas. Casas con almanaques y recibos y radio, y un san Pancracio encima del contador de luz; sencillas y sin lujos. Canto a su cal bendita y a sus puertas abiertas noche y día, sin tregua. Sin tregua como cuanto nos dieron para siempre: honradez y razón, cariño y sentir puro.
Canto al paisaje hermoso donde aún me adormezco cuando quiero mirarme, saber de dónde vengo, recordarme radiante, altamente seguro. Y retorno al salitre y a la hierba cortada de la infancia; recorro sus parajes y hay rocío y bidones y eucaliptos y norte y toperas y gallos. Y humea el cucho. Y regresan mujeres con lechera y madreñas. Y se esconde la luna. Y soy feliz de nuevo. Y rebuznan los burros.
(La Nueva España, 24-12-2015)