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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

ESO SÍ ERA ABUNDANCIA


Estos días de lluvia que escasean ya tanto me acercan casi siempre al tiempo de la infancia (irremediablemente seguimos siendo siempre aquello que hemos sido, aunque apenas nos quede, de todo aquello, nada): ha llovido en la noche con fuerza y sin parar. Son las primeras muestras de que cae el otoño. Rebosan los regatos y revientan las fuentes y hay charcos gigantescos en todos los caminos. Tenemos que cruzarlos de un salto, a la carrera, o de una "rebalgada". A la vuelta, seguro, que habrán puesto unas piedras para poder pasarlos o algún trozo de teja o ladrillos de escombro. Me paro a cada paso. Me gusta mucho, mucho desatascar las hojas con la punta del pie o del paraguas.

Qué pereza bajar a la escuela tan pronto. Pero qué gusto da estrenar botas de agua. En las viejas no entraba un parche más siquiera. Eran frías y blandas y enseguida calaban. La escuela está también destemplada y sombría. Como todos lunes, tras el fin de semana. A veces encontramos muy húmedas las tizas y al escribir se rompen y el maestro nos dice que no calquemos tanto y nos riñe y se enfada. Las de colores no, porque esas son más duras y las tiene escondidas y sólo se utilizan para poner la fecha en fiestas importantes o algún dibujo que otro en Ciencias Naturales o raramente un mapa.

Con el viento cayeron varios postes y cables. ¡Qué peligro! Un niño no sé dónde murió electrocutado. (Cuando se es pequeño por todo muere un niño en un lugar del mundo por eso que haces tú, por esa misma causa: por comer muy deprisa, por subirse a los árboles, por no rezar el Credo…). Bueno, a ver qué nos deparan capitales y ríos. Casi se me olvidó que el Miño nace en Lugo y que Roma es la capital de Italia. Ojala el maestro hoy venga contento y acabe todo pronto. Que seguro que sí, que dicen los mayores que en un pispás se va la vida entera, que dura poco más que una jornada.

No les falta razón. Es ya noche otra vez. Y todo pasa. Cuando sea mayor, allá donde me encuentre, jamás olvidaré estas horas hermosas que me han forjado el alma: todos en la cocina con el fuego encendido, con la humildad al hombro, una banqueta coja, dos cristales hendidos, el hervidor, la ropa tendida en la cocina, las castañas encima de la chapa y el olor a cariño y a manzanas asadas. (Eso sí era abundancia…).

(La Nueva España, 21-10-2015)

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