Me ha tocado vivir un tiempo de una tremenda y gris desconfianza. Una época en declive, como un torrente oscuro, con gran sabor a sombra y a quebranto. Con malicia abundante, poca salubridad, mucha indolencia y una continua lluvia de amenazas. Y no tengo otro modo de embellecer el mundo más que con el intento de escribir lo que ocurre, de acusar los errores y las expoliaciones, por ver si algo mejora, por saber si algo sana. Pero es empresa ímproba querer cambiarle al rico su riqueza por pan o privar del dominio a tantos gobernantes o sembrar honradez en tierras tan viciadas. Es tarea imposible vaciar los corazones de tantos insaciables o injertarles franqueza donde llevan la aorta o pedirles que corten sus corrompidas garras.
Nada es lo que esperábamos que fuera. Yo que era amigo íntimo del cardo y de la higuera, vecino de los prados y de los eucaliptos, que jamás nos traicionan ni nos mienten ni fallan; yo que apreciaba tanto a los escarabajos y al pobre que venía de lejos, con su nobleza a cuestas, y comía en mi casa? Ahora estoy rodeado de astutos malhechores, de insultantes gerentes y banqueros de risa y héroes de un día y jueces inmorales y oficiales piltrafa. Y quisiera mudarme de estación y actitud y convertirme en ley infranqueable y fría o en emoción o en fiebre de amor obligatoria y parecerme más al maíz y al azúcar y rebajar los tragos amargos,tan frecuentes, o gritar con los gritos allá donde haga falta. Me gustaría atajar tanto lujo y embrollo, zanjar tanto despojo y empezar a quemar la ambición que nos reta, los trajes que nos sobran o emplearlos en piel para las lagartijas o en uniforme obrero para el que no madruga o en músculo contentopara el que no sonríeo en poema que abrace como alguien muy cercano o en pretexto de flor o en templanza de máscara.
Me haría falta un verso que borrara la luz para aceptar que es todo tan oscuro. O que alguien muy explícito hablara igual que cuando estamos sentados, a la mesa, con vocablos modestos como sopa muy grata. Pero nadie es capaz de mostrarse por dentro. Nadie confiesa el crimen. Nadie se reconoce causante del delito, tramador de la trampa. O estamos ciegos todos o a mí país, yo creo, le han sacado los ojos. Y a muchos de nosotros, inocentes humanos,nos humillan, nos obvian, nos evitan, nos vetan, nos carcomen y embaucan.
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 15-10-2014)