SONIDOS DE OTROS DÍAS
No se escuchaban más que la sal de las olas, el salir del sol, las alas del viento. Y a veces, en la noche, la voz de una sirena que llamaba a los barcos, desde un faro encendido, silencioso y ya viejo. No se oía nada más que la harmonía. Tan solo la altura de aquel cielo alto, con estrellas pálidas y constelaciones apenas visibles, extendido y solo, en el que decían que Dios castigaba a todos los malos y Dios compensaba a todos los buenos. Un cielo distante, extraño y oscuro