El invierno en Asturias
Son los tordos los únicos que habitan la mañana. Atrás quedan las calles de la ciudad. Las siete. El fresco es más intenso, abajo, en La Florida. Más espesas también las huellas de la bruma. Me encamino a San Lázaro de Paniceres. Aroman los laureles. Despiertan las paneras. Miro atrás y percibo el sol saliente, como un incendio insólito. Oviedo en sombra. En sombra la cerviz despoblada de La Gruta. El ascenso es muy corto. Ayudan los anises que crecen en las veras. Y las huertas de arvejos que trepan por las varas. Ayuda mayo entero con sus grillos tenaces y lo que las acacias clarean y perfuman.
Loriana está muy cerca. La torre de la iglesia, su vega, el río Nora. El pueblo que bosteza, las casas que se abren, tranquilas, de una en una. Nos dan los buenos días los perros y una fuente y un lavadero antiguo que añora el azulete, las risas de las mozas, los barreños, las mudas. Es todo paz aquí. Y de aquí al Escamplero más calma, más bardales, más moras que florecen, más fachadas y plantas en oxidados botes de pintura. Más pájaros y ramas que caen sobre la senda; más silos y silencio; y otra vez, a lo lejos, más lejos todavía, la silueta brillante de Vetusta.
Qué hermosos caseríos motean el paisaje. Qué apacible el ganado que nos observa y rumia. Qué verdad en las ruinas de cuanto queda en pie. De cuanto es carne nuestra, aliento de la tierra, profundidad de Asturias: los valles, las tímidas parroquias, la ermita de Premoño, los alhelíes tempranos, su voz niña de azúcar. Qué sencillez envuelve la imagen de Santa Ana, las dalias a sus pies, el cirio que la alumbra. Y el aire hasta Valduno, que es medicina pura. Quién pudiera –es hora de un descanso– adentrarse en las termas, si los siglos rompiesen; escuchar el rumor romano de sus túneles, el lamento del agua en los canales, el vapor que desprende su muerta arquitectura… La fe que prolifera alrededor del tejo. Los tejos que aún aguardan romerías y bulla. El cielo es de verano, cristalino y fugaz, como el vaho de las berzas que cuecen y entra el hambre, como el olor a carne guisada en Paladín; como un tren que ahora cruza. Mediodía. Vega de Anzo. Los tendales al sol, la ropa, la más blanca, sobre la hierba, al verde. Peña Flor y el Nalón con su corriente arcaica, con humedad del Cubia. Grado, día grande, domingo. Tenderetes y pan, queso fresco y borona, hortalizas y frutas. Y fresas de Candamo, que son sed de tan frescas. Vida plena en la villa. Villa plena de vida. San Playo. San Xuan, Villapañada. Final de ruta.
Fuente: La Nueva España, 21-01-2022
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