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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

MITOS

  • Aurelio González Ovies
  • 22 may 2020
  • 2 Min. de lectura

Los mitos son como abuelos sentados en nuestra cama con los libros de sus labios contando historias sagradas. Los mitos buscan las causas de las cosas más extrañas: por qué sucede la aurora, a dónde se van las almas; o por quién lloran los sauces y alguna estrella se escapa o quién esparce la nieve o quién humedece el agua.


Los mitos te dan respuesta a cualquier pregunta que hagas, a cualquier duda que tengas, a cualquier sueño que abras.


Y nos desvelan secretos de dioses y de batallas; y nos quitan algún miedo con sus caballos de calma. Los mitos son hermosísimos paraísos de palabras y en ellos jamás es nunca y huelen a sol y a magia. Y están rodeados de héroes y heroínas que se afanan en que el amor no termine ni se acabe la esperanza.


Acércate siempre a ellos, recorre bien sus montañas puedes encontrar tesoros, unicornios, añoranza; o sirenas radiantes a la orilla de las playas. O caracolas que explican el rumor de la distancia.


Los mitos son inmortales como el viento y las mañanas, como el recuerdo y la luz, como la sombra y las lágrimas.


Te voy a narrar un mito, escucha, sueña, divaga: Pigmalión, el rey de Chipre, tenía todo y tenía nada, pues se sentía tan solo que ni reía ni gozaba.

Y en un trozo de marfil, noche y día, talla y talla, va apareciendo la forma de una hermosísima dama.


Se admira el rey escultor de su cuerpo y de su cara. Y cuanto más la contempla más se asemeja a una humana. Toca sus largos cabellos que le caen por la espalda y acaricia sus mejillas que enrojecen al tocarlas.


Piensa que sus labios quieren decirle alguna palabra y que sus ojos le miran y que sus brazos le abrazan. Cubre sus hombros con besos y con túnicas bordadas, por si le enfriara el frío o la luz del sol la daña. Le trae flores del campo y le entreteje guirnaldas y de sus orejas cuelga lágrimas de puro ámbar. Y la llama Galatea, por ser de una piel tan blanca y la recuesta en el lecho entre plumones y sábanas. Pide a Venus Pigmalión que Galatea, su estatua, sea, sin tardar, su esposa, para cuidarla y amarla. Venus escucha sus súplica y las bodas se preparan.


Fueron felices por siempre. Los sueños también se alcanzan.


(La Nueva España, 22-05-20)

 
 
 

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