Soy lo que soy por el olor a mar que todas las mañanas inundaba el entorno de mi casa. Y porque me crié al lado de unos nombres que me enseñaron todo cuanto sé y desconozco. Belarmo que una tarde me adentró en una oscura boca de la mina. Mi padre, que, domingo a domingo, arreglaba los coches y me daba lecciones de mecánica. Francisco, que sabía de memoria leyendas y poemas y recitaba versos mientras podaba un árbol y entendía de hierbas y remedios. Como también Servando que, sin haber sacado ningún título, controlaba los huesos y los músculos y, con solo tocarte, te curaba. Mi madre, con su paciencia inmensa, con su sonrisa siempre, con su resignación, con su mirada limpia, con su voz de esperanza.
Soy lo que soy por haber recorrido los senderos que llevaban a todos los destinos que a mí me interesaban: al molino, a la fuente, al huerto, al cobertizo, al faro, a las escuelas, al frío, a los regatos, al pueblo, a la cabaña. Por haber compartido momentos y aventuras, bocadillos y risas y baños y excursiones, hallazgos y secretos y victorias y sustos, con mis amigos, muchos, de proyectos y hazañas . Por aquellas jornadas de verano y de siega. Por haberme dormido encima de los carros. Por el olor a estiércol y a leche muy reciente y al vaho de las vacas. Por las horas tranquilas que pasé con algunos pescadores, en el embarcadero, desmarañando redes o recogiendo anzuelos y plomos y sedal o pintando las lanchas.
Soy lo que soy gracias a los espacios que tanto protegían: los cuartos tan exiguos donde soñar a diario, la cocina minúscula en la que no cabía un hilo más, pero nadie estorbaba; las cuadras, las tenadas y el desván; la sombra del manzano y de la higuera, los brazos generosos de los nuestros, desde donde la vida no albergaba peligros ni temores ni angustia ni cizaña. Gracias a las lecciones de números e historia y al cartabón y al lápiz y los cuentos antiguos y a las adivinanzas. Gracias a los abuelos y a su intuición de magos. Gracias a los hermanos y su sangre gemela. Gracias a tanta luz en tiempos tan oscuros. Gracias al guá y al pincho y a las batallas mansas de indios y vaqueros y a los perros tan fieles y al caballo que no era más que un palo de escoba y a las moras y al ocle, al salitre y la infancia.
(La Nueva España, 23-02-2022)
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