top of page
Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

INSOMNIOS

  • Aurelio González Ovies
  • 28 sept 2024
  • 1 Min. de lectura

Foto cedida por A. González Ovies

No olvido aquellos días. 

No borro aquellos miedos. 

Madre, ¿cuando sea mayor 

tú serás ya muy vieja?;

¿tendré que enfrentarme un día al mundo 

solo?

Ella siempre venía a darme un beso, 

me apagaba la luz

y me decía:

no pienses esas cosas, hijo mío, 

eres muy joven, anda,

todavía.

Pero cuando el invierno arremetía

furioso

contra las ventanas

y el triste crucifijo pendía sobre mí 

tenebroso y oscuro

me aparecían los muertos

que había visto metidos en las cajas. 

Tanteaba la pera, encendía la bombilla 

y con cualquier excusa la llamaba: 

mamá, no sé si tendré fiebre,

tráeme un vaso de leche, 

hazme una manzanilla.

Y entonces como siempre, como 

a todas las horas, ella estaba 

fregando

y dejaba los platos y las potas 

y me ponía el termómetro

y tanteaba mi frente.

Voy a quedarme aquí 

para que no te muevas. 

No me parecen décimas, 

tranquilízate, calma.


Y con su mano allí, sobre mis pensamientos, huían mis temores

y en breve me dormía.

 

Otras veces la guerra o el infierno

-paisajes que tanto ensombrecían 

aquellos negros años-

me angustiaban el sueño a media noche 

y gritaba su nombre.

Y entonces, como siempre,

como a todas las horas,

ella estaba sentada en la cocina, 

cosiendo o repasando,

o escogiendo lentejas o picando 

patatas.

Y clavaba la aguja en la pechera 

y se allegaba al cuarto

y me frotaba el cuerpo

con alcohol de romero y con papel 

de estraza.

Y con su tacto allí 

posado en mis delirios, 

repetía en voz baja:

ya verás cómo pronto pasa esta noche, 

ya verás qué enseguida llega mañana.


Fuente : Revista Fusión Asturias (19-09-2024).




 
 
 

コメント


bottom of page