DÍPTICO DE LUZ
El mundo. Oirás
tantas cosas sobre el mundo...,
¡tantas palabras...!
Pero el mundo no existe.
No lo busques.
No es más que una manera
de insinuar lo infinito,
como a lo que nos moja,
que le decimos: agua.
Como a lo que nos vive,
que lo llamamos: voz.
Como a lo que nos queda,
que pensamos: camino.
Como a lo que está hueco
y es, pero vacío,
y que nombramos: nada.
La libertad. Oirás
tantas cosas sobre la libertad...,
¡tantas patrañas...!
La libertad no existe.
No la busques.
Percibirás a veces su galope.
Sentirás que, algún día, te sobrevuela.
Te mentirá. En tus pies
te hará sospechar sus alas.
Perseguirás el humo, abrazarás
la niebla,
rozarás levemente la nostalgia
de los planetas. Y de pronto
la llaga. Enseguida la herida
de tus correas...
Lo nuestro -y es muy poco- está
sobre la tierra.
Regresar a otros días, descender a los orígenes, transitar a través de una neblina o un desconocimiento que nos hacen sospechar que nada perdura más allá del pasado. Que del recuerdo hacia atrás se extiende un ámbito que no nos pertenece, por más que por allí se agiten los seres imborrables. Que todo es un umbral de otra penumbra, densa y definitiva. No existe ni un antes ni un después en lo que ya se ha ido. Desde entonces no hay más que sed de luz, afán de brevedad, pretensión de lo que es y está, de lo que ha de llegar y acaso nunca acontezca. Demanda de otra fugaz finitud.
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