Cada vez que nos reunimos y nos acordamos de nuestro amigo Sindulfo, Sindulfo el Nobel, nos partimos de risa. Había aparecido una tarde, así como de la nada, en el café en el que nos encontrábamos el primer jueves de cada mes. Se sentó y escuchó y nos contó, sin nadie preguntarle, varios episodios de su dura existencia. Que había abandonado los estudios, que luego los había retomado, que si patatín, que si patatán. Y que no había plasmado dos palabras seguidas en su vida. Frecuentó la tertulia. Era obstinado, casi obsesivo. Quería ser escritor. Pero ya. Escritor y de renombre. Qué Sindulfo.
Trajo algunos relatos (corta y pega de lo que leía) en los que confesaba, qué contradicción, que la literatura era lo suyo y que desde los trece años no había dejado de crear. Se empeñó en que los leyéramos y le corrigiéramos el estilo y, de paso, la ortografía. Así se hizo. Un jueves de noviembre nos impuso, porque nos lo impuso, que le publicáramos uno de los relatos en la revista que editábamos trimestralmente, que había muchos autores peores que él en números anteriores y que bien merecía figurar en el índice. Una temporada se codeó con el crítico de turno. Otra hizo la corte a quien más jugo le suministrara. Qué Sindulfo.
Desde entonces, desde aquel primer relato impreso, empezó a deambular por la ciudad de gafas oscuras y sombrero, no fueran a reconocerlo. Y que además de escritor de fama, su próximo objetivo era escribir para un magazine. A calzador, lo metimos, no sé por qué. Bueno, sí intuimos para qué, pues el día que salían sus líneas, la familia y los más cercanos estaban entretenidos vota que te vota, teléfono en mano, para que su columna resultara (casi nunca, a pesar del ring ring incesante de siete de la mañana a doce de la noche) la más leída. Cualquier triunfo a cualquier precio. Qué Sindulfo.
Luego ya empezó a competir consigo mismo. Digo luego, porque primero no se cortaba en espetarnos que era tan autor como nosotros (que ni autores, de aquella, nos considerábamos). Nos dio una patada en el culo y si os vi no me acuerdo. No le seguí la trayectoria, pero me comentó una amiga que lo habían nombrado Cuentista del solsticio, por un pueblo de Segovia, tras tres años de continuas llamadas a la diputación provincial y a las casas de cultura (alguna historia con una directora general, afirman las malas lenguas), para que lo coronaran como Cuentista del solsticio. Que quería ser el Cuentista del solsticio. Qué Sindulfo... Andará tras el Nobel y tras los nobles de la literatura.
(La Nueva España, 10-09-2022)
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