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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

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Quisiera erguir un verso como un túnel, entrar en vuestra piel, con una lámpara; quisiera descender al corazón por alguna de tantas bocaminas: el halo de la luna en el Nalón, la noche que se enciende en las ventanas, la fiambrera puesta en el alfeizar, el bocadillo envuelto con el alba, el humo que madruga en las cocinas. La povisa azulada de las berzas. El castillete oculto entre las zarzas. El chivo atado que rumia el silencio. Los cobertizos, el bidón del agua, las eras a la orilla de las vías. Los tendales frecuentes con las mudas, el fatude los fines de semana, las estriadas manos que enjabonan, la blancura gastada de las toallas. La nube del dolor que no se espera. Sirenas, bullicio, gritos, alarmas: doce en punto de la vida.

Las barriadas que surgían del cisco, el vinagre y el Fósterde las chapas; la lentitud del tren que iba al pasado, la carretera nueva hacia la nada, un volador y un santo y una ermita. Las casas que no ocultan su humildad, el privilegio grande de una casa, sus cuartos de humedad, baldosa y friso, la cal obrera y descascarillada, el pasillo, los cuadros, la alacena, el trinchero, la escasa porcelana; las barriadas que crecen y se apilan.

La tierra y la mañana que retumban, la espera, el nerviosismo, la mañana. Las familias que llegan de muy lejos, el cartero con la esperada carta, las tísicas libretas de familia. El sabor gris de los economatos. El olor acre de las bacaladas. El costoso jornal. El día 10: el aceite, el azúcar, las conservas, la palidez antigua de la harina. La tizna de la raza de los padres, los párpados del padre que no aclaran, el padre que a las cuatro se despierta, el padre libre que vive entre jaulas, el padre que no ve la luz del día.

Los chigres donde se celebra el ahora, el ahora que es más que el mañana, el ahora y el hoy de pisar suelo, el bar-tienda, la esquela en la fachada. El hechizo de las confiterías. El tendido de cables. Los calderos. Las mujeres que charlan y repasan. El cuello ácido de las chimeneas. Los bronquios agotados de las fábricas. La infancia del cemento y la uralita…

Aquí dejo el candil de mi palabra, es de carburo, alumbra al pronunciarla: no es tarde nunca. Es siempre todavía.

(La Nueva España, 10-10-2018)

 
 
 

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