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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

PRIMERA COMUNIÓN


Encima de la cama pone mi madre todos los regalos que me van trayendo. Vienen los familiares, de tarde en tarde, los primos y los tíos, y también los vecinos con los detalles y hablan de muchas cosas mientras toman café con pastas de Reglero. Me dicen que, desde ahora, tengo que obedecer y no contestar mal y no andar con mentiras y portarme muy bien y ser muy bueno. Que procure rezar antes, cuando vaya a dormir. Que no piense maldades. Que el señor cura y Dios saben de pe a pa todo lo que pecamos y todo lo que hacemos.

Son días de sorpresas, de prisas y de viajes: que si comprar el traje, que si ir al retratista, que si cortar el pelo. Ya encargamos también unos recordatorios, para entregar después de comulgar, con ángeles y cálices y un pan con unas uvas y un niño arrodillado y debajo mi nombre y la fecha, en dorado, como en los libros caros que están en los museos. Son días de catecismo, los martes a las seis; y hay que cantar la salve, saber los mandamientos, virtudes teologales, aves María, no equivocarse en nada al recitar el credo. Repetir, de memoria, que la Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

Pero, claro, bien merece la pena no desobedecer y orar todas las noches, al menos unos meses. Y a lo mejor celebro, si me dejan en casa, todos los años una primera comunión, porque estoy contentísimo con limosnas y obsequios. La cama se parece a los escaparates donde compran los Reyes, en enero; hay de todo. Un plumier de dos pisos, con sacapuntas, lápices, escuadra y cartabón, goma de nata, lupa, compás y tiralíneas y un bolígrafo rojo, azul y negro… Y un reloj sumergible. Y libros de relatos, de tapas duras. Y plumas plateadas para cuando yo pueda escribir como un médico. Y cajas de bombones que, una vez terminados, se utilizan en casa para guardar recuerdos.

Mis hermanos estrenan ropa nueva y mi padre pondrá el traje –lo tienen ventilando– de las bodas y otros eventos. Y como creo que el horno no está para bollos –ellos sabrán qué es eso–, comeremos en casa, en el pasillo, añadiendo a la mesa unos tableros. Ya trajeron dos gallos para el arroz y hay sacas en la viga con leche recudiendo.

(La Nueva España, 13-06-2018)

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