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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

CASI UN SIGLO, DÍA A DÍA


Jamás se aburren, jamás, por muy largo que sea el día. Desde que cantan los pájaros al primer rayo de sol y encienden en el pasillo una lánguida bombilla, tienen siempre algún quehacer, alguna tarea pendiente que les lleva la mañana y les ocupa su tiempo y les alegra la vida. Poco salen de su entorno, no más de lo necesario, a pincharse o a por recetas o a por algo de comida. Él comenta que los años les van haciendo más raros. Y ella opina que son viejos, muy chapados a la antigua. “Que cada uno en su casa es un rey y a nadie daña”. Que ya lo decía su abuela, “cada fuego con su astilla”.

Ella prepara el café con achicoria, en la manga, mientras él se asea lento y se pasa la cuchilla. Y se unta en Varon Dandy, aunque no sea domingo, y se coloca la boina. Ella se encuentra tan cómoda con su bata y su toquilla. Se sientan y parten pan, y le ofrece un dulce fresco de membrillo . Desayunan con la radio. Y en el almanaque miran por si hubiera alguna cita. El jilguero les saluda. Sacan la jaula y la cuelgan de una rama de la higuera, donde no alcancen los gatos ni pegue mucho la brisa. Ella sacude una alfombra y la cuelga del balcón. Después estira las sábanas y abre la casa y ventila.

Mientras él siega unas veras, ella atiende las gallinas, que, últimamente, –se queja– no ponen como otros años y las ve alicaídas. Luego va hacia el lavadero y aclara ropa y la tiende. Observa cómo está el cielo. Él parte leña de un fresno que cayó con la tormenta, mientras silba que te silba. Desde que recuerda, él cuando no canta, silba. Pasa el panadero y para, y le dan los buenos días y les mete en una saca un bollo sin sal, de leche y una ración bien cocida. “Que a medida que envejeces, va uno cogiendo manías”.

Lloran si les muere un árbol o cualquiera de sus plantas a las que hablan y acarician. Porque todo vive y ama. Porque o se quieren las cosas o vale más no poseerlas, que las cosas son de uno y las cosas encariñan. Y conocen a los patos por su plumaje y su pico. Y a los conejos los llaman por su nombre de conejo, porque son como si fueran uno más de la familia. Comen. Ella repasa unas medias y él acude a su partida. Jamás se aburren y hoy cumplen casi un siglo, día a día.

(La Nueva España, 14-06-2016)

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