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Estoy aquí y percibo
la grandeza del día

AL PASO DE LOS AÑOS


Cuando te conocí era todo hermosísimo como esta tarde, hoy. Asomaban gaviotas por detrás del ocaso y los prunos brotaban como si abriera marzo. Ya estaban las mimosas, como ahora, inflamadas, y nuestros cuerpos, jóvenes, con su insaciable instinto. Cuando te conocí sentía tantas ganas de verte a cada instante que los días se hacían terriblemente largos. Te soñaba en los sueños, te veía en la lluvia, te tocaba en la brisa, te notaba en la luz. ¡Cuánto nos aguardaba desconocido y grande! ¡Cuántos momentos, cuántos; cuántos inolvidables! ¡Cuántas fechas certeras! Miro atrás y comprendo: no ha pasado el amor. Han pasado los años. Han pasado los años, pero eso nos permite ser más libres en todo, pisar con más firmeza en cada paso dado. Y hablar desde el silencio cuando a nadie interesa lo que vas a decirme, cuando solo queremos entendernos nosotros, cuando nadie es capaz de saber qué expresamos. ¿Qué importan tus arrugas, tus manos ya manchadas, mi cuerpo entumecido, mis noches en vigilia o el caer de mis párpados? ¿Qué mis tantas manías y todas tus costumbres, si a todo cuanto ocurre y a cuanto nos rodea estamos, más que nunca, acostumbrados? No ha cesado el cariño. Han cesado el verdor, el fulgor, la frescura, como ocurre a los árboles y a mis expectativas o al brillo de tus labios. Deseos, espejismos, fortaleza, coraje, sí, es cierto que han menguado, pero ello nos consiente estar más tiempo así, sin distancias ni asombros, sin menos y sin ‘mases’, sin dudas ni reparos; ello nos deja ser como en realidad somos, dos seres que se admiran, dos almas que se buscan, dos nombres que van juntos como el fondo y el mar, como el sol y el verano. Ello nos facilita subir a cada noche más serenos y cómplices y en plena oscuridad vernos completamente sin apenas mirarnos. Es cierto que la piel y el gesto y la sonrisa también han agrietado, pero reconocemos mejor el dolor de la tierra y el sentido del mundo. Percibimos, sin más, la belleza grandiosa del instante acabado. Y agradecemos una y otra vez la dicha de amanecer y oír la quietud del rocío y el canto de los pájaros y sentimos que sí, que han cedido las fuerzas y se acorta el camino, pero queda el amor con toda su heredad, con todo lo que existe desde mi corazón hasta tus brazos.

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