Dejo sobre estos versos las horas más recientes del otoño. Empieza a oscurecer y observo cómo pasan bandadas de estorninos. ¡Qué destreza la suya por el aire! ¡Qué libertad Son sombra y son belleza. Es extraña la vida, si uno para a mirarla. Es dolorosamente hermoso su sentido. Terriblemente ingratos su acabamiento y formas. ¿Para qué estos instantes de luz tan meritoria de una vida más larga? ¿Con qué fin han cruzado por aquí, hoy, estos pájaros? ¿Por qué los han creado? ¿Quién los avistará desde mañana? ¿De dónde son las nubes que ahora cubren el cielo mientras ellos rumbean? ¿Cuál es su cometido?¿Quién recorta sus velos? ¿Para qué se desplazan?
Difundo en este espacio la marcha de septiembre. Sus últimos destellos. Te entrego la presteza de sus árboles, el pardo bienestar de su silencio. Su brisa cálida. Te ofrendo la salud de los fresnos frondosos y las yeguas que mascan la acritud de sus hojas; la lentitud del sol hacia el poniente por entre los castaños que apenas pueden ya con los frutos que penden de sus ramas. Te entrego la grandeza que entra en mi corazón, la amplitud que me llega de todo lo que advierto, la candidez que asumo en lo que me emancipa: cuanto más las comparto más se agrandan.
Propongo que sean libres por siempre los chubascos, las gaviotas, la ardilla, el caracol, la escanda. Que nadie hegemonice los mapas ni los lindes. Que no nos equiparen, que no nos maquinicen, que no nos armonicen como nos armonizan la trampa y la inocencia, la tempestad y el orden, las tormentas y el gozo. Que no nos descompongan la franqueza del agua. Que nos dejen tocar el ideal sincero del hombre que no aspira más a que tornar, exánime, hacia su esposa e hijos, tras un duro solar y un fatigoso día con sus bestias queridas y sus viejos arados. Que no nos desentrañen la sensatez del mar ni el viento ni la nieve ni de nada de aquello que aún madruga manso en cada madrugada.
Os brindo este decoro. No sé hasta cuándo me quedará propósito ni hasta dónde, tampoco, tolerancia. Declaro que estoy hecho de barro muy primario, de terrones rurales y aspiraciones cortas. De broza y matorrales donde habitan la oruga y la lombriz y el ácaro. Y que me identifico con las cosas muy simples, con las verdades netas, con las nobles palabras. Nada me verifica desde ninguna arista. Es inaprehensible cualquier conformidad. La vida es turbadora, incomprensiblemente inesperada.
© Aurelio González Ovies
(La Nueva España, 02-10-2014)